NOCHE DE HALLOWEEN
La sombra del asesino
Por Miguel Mendoza
Alrededor de la fiesta de Halloween existen toda serie de mitos y creencias; en el siglo XX y hasta nuestros días se le ha vinculado con la maldad, el satanismo e incluso con la figura de asesinos en serie sobrenaturales. El concepto mágico primordial de esta antigua celebración, conocida como Noche de Brujas, terminó sustituido en la mentalidad popular por un escenario sombrío de máscaras que ocultan perversas intenciones.
En territorios célticos, unos diez siglos a. C, el inicio del nuevo año se marcaba el primero de noviembre. La noche previa estaba consagrada al culto de Samhain, dios pagano de la Muerte. Para aplacar su presencia los aldeanos daban ofrendas y sacrificios; además, creían que en la transición de esta noche emergían los espíritus de los muertos y otros provenientes del Reino de las Hadas; también salían de su habitual escondite los seres del bosque (enanos, los gnomos y los duendes). Algunos malignos espíritus infernales se sumaban a la fiesta.
En medio de excesos y desbordada alegría, los seres humanos de estas antiguas aldeas celebraban el reencuentro con los muertos y con las fuerzas de la naturaleza. En el siglo VIII, el papa Gregorio III sustituyó esta celebración por la Fiesta de todos los Santos, cuya víspera se empezó a denominar como “All Hallow’s Even”. Pronto dicha referencia se sintetizó en la popular palabra.
Las fiestas de Halloween encarnaban la expresión de la nocturnidad y su pasajero triunfo sobre el día; exaltaban el poder latente de la oscuridad irracional y su resistencia ante la iluminada razón. Su supervivencia y expansión geográfica, a lo largo del tiempo, obedecieron a la necesidad popular de celebrar las relaciones mágicas con la naturaleza y de permitir un espacio ritual donde lo sobrenatural dominara las leyes de la vida.
Las diversas supersticiones y la conciencia animista que dotaba a toda creatura viviente de identidad, se simbolizaban y se expresaban a través del Halloween. Las brujas y los brujos, mucho antes de ser señalados como concubinas y confidentes del diablo, eran seres con un don especial para comunicarse con las fuerzas secretas del mundo. Los disfraces modernos son eco del milenario encuentro de los mortales con aquellos seres del inframundo y de la naturaleza.
La frase “truco o trato” (trick or treat, remplazado en español por “dulce o truco”) se refería a la propuesta de algunos siniestros demonios, de la cual se aconsejaba aceptar el segundo término ya que el primero implicaba una maldición o una desgracia. Las calabazas surgieron como protección alternativa ante esta posible irrupción.
Todo este legado milenario se perderá con los siglos y terminará confundido en medio de la trasfiguración comercial de las celebraciones anglosajonas.
Con la aparición en 1978 de la película Halloween, dirigida por John Carpenter, el escenario de lo mágico y demoníaco finalmente fue sustituido por la narrativa denominada slasher, en la cual un joven psicótico enmascarado, Mike Myers, asesina a su hermana y luego persigue incesantemente a jóvenes que sorprende teniendo sexo o consumiendo drogas.
Aunque esta película recurrió al terror persecutorio y a escenas sangrientas, hay que recordar que no molestó del todo a los más moralistas y conservadores, que reconocieron en esta historia una presumible aleccionadora fábula de las consecuencias de la rebeldía juvenil.
La imagen del insensible y cruel Mike Myers, recuperada en nuevas versiones e imitada en diversas historias (Halloween II, 1981; Halloween H20, 1998; Halloween IX: el origen, 2007, etc.) logró calar en la cultura popular dotando a la ingenua noche de disfraces de un halo malévolo. La superstición medieval fue remplazada por la moderna creencia en psicópatas preternaturales.
Sin embargo, las crónicas del crimen real nos han enseñado que los asesinos de carne y hueso no requieren de oscuras fechas para actuar; su crueldad no se relaciona de ninguna forma con el influjo de la mágica nocturnidad, ni tampoco con brujas ni fantasmas. Los “demonios humanos” emergen en cualquier circunstancia y además sin máscara alguna, o bueno con una: la de su supuesta normalidad.
En favor de la noche de Halloween debemos decir que por modernas que sean las fiestas que le imiten (temáticas, electrónicas, ñoñas, conceptuales, etc.), estas conservan la esencia de aquellas celebradas en la antigüedad en torno a una hoguera purificadora: la necesidad de exaltar las otras identidades que subyacen en cada ser humano. Y recuerden: nada tienen que ver con asesinos inmortales. Las máscaras y los disfraces del mal son menos elaborados.
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La sombra del asesino
Por Miguel Mendoza
Alrededor de la fiesta de Halloween existen toda serie de mitos y creencias; en el siglo XX y hasta nuestros días se le ha vinculado con la maldad, el satanismo e incluso con la figura de asesinos en serie sobrenaturales. El concepto mágico primordial de esta antigua celebración, conocida como Noche de Brujas, terminó sustituido en la mentalidad popular por un escenario sombrío de máscaras que ocultan perversas intenciones.
En territorios célticos, unos diez siglos a. C, el inicio del nuevo año se marcaba el primero de noviembre. La noche previa estaba consagrada al culto de Samhain, dios pagano de la Muerte. Para aplacar su presencia los aldeanos daban ofrendas y sacrificios; además, creían que en la transición de esta noche emergían los espíritus de los muertos y otros provenientes del Reino de las Hadas; también salían de su habitual escondite los seres del bosque (enanos, los gnomos y los duendes). Algunos malignos espíritus infernales se sumaban a la fiesta.
En medio de excesos y desbordada alegría, los seres humanos de estas antiguas aldeas celebraban el reencuentro con los muertos y con las fuerzas de la naturaleza. En el siglo VIII, el papa Gregorio III sustituyó esta celebración por la Fiesta de todos los Santos, cuya víspera se empezó a denominar como “All Hallow’s Even”. Pronto dicha referencia se sintetizó en la popular palabra.
Las fiestas de Halloween encarnaban la expresión de la nocturnidad y su pasajero triunfo sobre el día; exaltaban el poder latente de la oscuridad irracional y su resistencia ante la iluminada razón. Su supervivencia y expansión geográfica, a lo largo del tiempo, obedecieron a la necesidad popular de celebrar las relaciones mágicas con la naturaleza y de permitir un espacio ritual donde lo sobrenatural dominara las leyes de la vida.
Las diversas supersticiones y la conciencia animista que dotaba a toda creatura viviente de identidad, se simbolizaban y se expresaban a través del Halloween. Las brujas y los brujos, mucho antes de ser señalados como concubinas y confidentes del diablo, eran seres con un don especial para comunicarse con las fuerzas secretas del mundo. Los disfraces modernos son eco del milenario encuentro de los mortales con aquellos seres del inframundo y de la naturaleza.
La frase “truco o trato” (trick or treat, remplazado en español por “dulce o truco”) se refería a la propuesta de algunos siniestros demonios, de la cual se aconsejaba aceptar el segundo término ya que el primero implicaba una maldición o una desgracia. Las calabazas surgieron como protección alternativa ante esta posible irrupción.
Todo este legado milenario se perderá con los siglos y terminará confundido en medio de la trasfiguración comercial de las celebraciones anglosajonas.
Con la aparición en 1978 de la película Halloween, dirigida por John Carpenter, el escenario de lo mágico y demoníaco finalmente fue sustituido por la narrativa denominada slasher, en la cual un joven psicótico enmascarado, Mike Myers, asesina a su hermana y luego persigue incesantemente a jóvenes que sorprende teniendo sexo o consumiendo drogas.
Aunque esta película recurrió al terror persecutorio y a escenas sangrientas, hay que recordar que no molestó del todo a los más moralistas y conservadores, que reconocieron en esta historia una presumible aleccionadora fábula de las consecuencias de la rebeldía juvenil.
La imagen del insensible y cruel Mike Myers, recuperada en nuevas versiones e imitada en diversas historias (Halloween II, 1981; Halloween H20, 1998; Halloween IX: el origen, 2007, etc.) logró calar en la cultura popular dotando a la ingenua noche de disfraces de un halo malévolo. La superstición medieval fue remplazada por la moderna creencia en psicópatas preternaturales.
Sin embargo, las crónicas del crimen real nos han enseñado que los asesinos de carne y hueso no requieren de oscuras fechas para actuar; su crueldad no se relaciona de ninguna forma con el influjo de la mágica nocturnidad, ni tampoco con brujas ni fantasmas. Los “demonios humanos” emergen en cualquier circunstancia y además sin máscara alguna, o bueno con una: la de su supuesta normalidad.
En favor de la noche de Halloween debemos decir que por modernas que sean las fiestas que le imiten (temáticas, electrónicas, ñoñas, conceptuales, etc.), estas conservan la esencia de aquellas celebradas en la antigüedad en torno a una hoguera purificadora: la necesidad de exaltar las otras identidades que subyacen en cada ser humano. Y recuerden: nada tienen que ver con asesinos inmortales. Las máscaras y los disfraces del mal son menos elaborados.
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